Saturday, 4 October 2025

Buscando el oro de Melbourne

No os voy a engañar, me ha costado pillarle el punto a Melbourne. Y eso a pesar del maravilloso comienzo con Obi y Simon recogiéndonos en el aeropuerto y llevándonos de paseo por su tranquilo barrio de Fitzroy. Pero es que ese barrio no parecía el mismo Melbourne que me encontré nada más salir de la estación de tren la segunda vez, con unos rascacielos abusones que no me dejaban ver mucho más allá y con poco tiempo para explorar la ciudad. Seguro que influye haberla visitado a trocitos.

La cosa empezó a cambiar cuando fuimos al barrio "hipster" de Brunswick, concretamente con los Margaritas de melón y sandía 🍸 🍉 que nos bebimos en el ático de un bar con unos amigos majísimos de Sam: Anna y Buz. Pusieron tanto cariño en enseñarnos sus rincones favoritos que daba gusto pasear con ellos. Además habíamos dejado los rascacielos a nuestras espaldas y nos hidratábamos bien en cada parada. Por ejemplo con unas cervecitas de gengibre 🍻🤭

Melbourne es una ciudad llena de graffitis y Brunswick un barrio estupendo para verlos. Por ejemplo esta versión del omnipresentes tranvía, "mejoradi" con un poco más de vegetación y algún que otro canguro.

Los rascacielos, a lo lejos y a nuestra espalda, también parecían haber encontrado su lugar y se lucían mejor.

La comida en casa de Anna y Buz con el resto de sus amigos se alargó hasta la cena, como debe de ser y fue una velada estupenda. Un inciso, en Ballarat Jenine, la madre de Sam, tuvo la paciencia de enseñarnos a preparar pasteles de carne. Lo de que tuviera que cocinarse 12 horas a fuego lento y luego deshilacharla con unas garras no me lo esperaba pero intentaremos repetirlo en España 😅


Los próximos días por el centro ya fuimos con más tiempo a los elegantes y relajados jardines de Carlton, un poco al estilo relajado del Retiro con el Palacio de exposiciones a un lado y justo detrás el museo de Melbourne (con un triceratops dentro!). En el otro lado está el primer rascacielos que me empezó a gustar.

En la zona de la plaza de la Federación, vimos la estupenda Galería Nacional y, no muy lejos el centro Ian Potter que ya os comenté. Melbourne no tiene nada tan icónico como la Ópera de Sydney, pero en las postales e imanes eligen el tranvía, el estadio (donde perdió la final el equipo local, los pobres) o la estación de tren de Flinders que se ve desde aquí. En mi opinión no se distingue tanto de edificios similares y queda como escondido en el bosque de rascacielos, pero os dejo que lo veáis y juzguéis vosotros mismos.

https://youtu.be/sOgxwOaA6Ds?si=jjgmchXDDb9ZidU1
La que sí que tiene un encanto indiscutible es la Biblioteca Estatal que, además tiene cuadros muy interesantes como uno de Melbourne pintado por Jan Senbergs, un inmigrante de Letonia llegado tras la Segunda Guerra Mundial, como tantos otros que revitalizaron y modernizaron la ciudad en esa época. Y además pillamos hasta mesa en la biblioteca 🤓

Como no me ha salido una foto del skyline completo, os hago una recopilación de rascacielos a ver cuál es el que más os gusta.


Una cosa sorprendente que se me olvidaba comentar es que Melbourne vive de espaldas al mar. Es casi imposible llegar andando desde el centro hasta el puero o la playa (nosotros lo intentamos paseando por el río Yarra, pero nada 😅).

Lo entendí mejor cuando sentí en mi piel el frescor del viento que llega de la Antártida, pero me sorprendía porque en el arte aborigen, a parte de otras alusiones al mar, se representan hasta ¡sirenas!


Pero el ingrediente secreto de la ciudad para mi son los músicos ambulantes, la banda sonora de cada plaza. Como en el flautista asiático del mercado que, a pesar del ajetreo correspondiente y los impersonales rascacielos iba impregnando de calma y elegancia el café para llevar que nos tomamos sentados en un banco antes de seguir nuestro camino.

En todo caso, el oro de Melbourne -como el de Ballarat- lo encontré escondido en las casas de la gente. Pasando por el cedazo esos momentos frente a la barbacoa en casa de Anna y Buz o amasando la base para los pasteles de carne con la madre de Sam. O los desayunos frente a la estantería de libros de Obi y Simon, o la cena en casa de Alicia con el mapa de la Lonely Planet sobre la mesa soñando con nuevos viajes. 

A poco que uno se parase a mirar, el oro estaba allí, casi al alcance de la mano.

De si preparan o no el mejor café del mundo, de eso hablamos otro día 😜

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