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Friday, 18 November 2011

Ecuador exprés

Tras viajar de noche dando tumbos hasta Tumbes (jeje), pasé la frontera y cogí otro autobús directamente hasta la hermosa y colonial Cuenca. Ya en el camino lo verde parecía más verde y las casas humildes eran más humildes (de madera) pero ya no se veían tantas casas a medio construir ni fachadas sin pintar. Y en Cuenca las calles elegantemente empedradas hacían que el polvo que envejece los caminos y los pueblos pareciera un sueño lejano. Y las mujeres... canela y clavo, como diría Jorge Amado. Las de piel más oscura tienen los ojos negros y el sombrero varonil a juego, innovan con tacones y medias las faldas tradicionales que ocultan sólo a ratos la curva grácil de sus piernas y tienen la sonrisa blanca y radiante siempre a punto para alegrarte el día ;-) Y toda la fabulosa variedad que nos regala el mestizaje.

Admito que mi juicio pudo quedar nublado por la comilona que me pegué o el delicioso chocolate a media tarde en aquel local en que sólo ponían a Sabina y Serrat, pero lo que acabó de convencerme fue la lucha de la gente apoyando al gobierno en la iniciativa de exigir un impuesto al mundo para no explotar el petróleo del maravillo parque del Yasuní, reserva de la biosfera. Me gusta la mezcla de belleza y "socialismo del siglo XXI" ;-)

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De Cuenca me cogí otro autobús nocturno (bufff) hasta Latacunga para visitar la laguna formada dentro del volcán Quilotoa. Bajar hundiendo las piernas en arena blanca fue incómodo pero fácil, subir fue una paliza, pero la tontería que se me ocurrió hacer después ya no tiene nombre...

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El vídeo se corta de forma abrupta porque no había comido, ni había recargado el móvil, así que ambos nos quedamos sin batería. Con la diferencia de que a mi todavía me quedaba una lucha contra el sol (para llegar antes de que anocheciera) y contra el volcán que de vez en cuando borraba el camino y me obligaba a bajar un poco por el cráter apoyándome en las raíces de los arbustos y agarrándome a sus ramas. Un grupo de escolares de una aldea cercana me acompañaron un ratito y me llamaban "Sesako" que no sé si era mi nombre en quechua o "blanco gilipollas que se va el solo a dar la vuelta al cráter de un volcán" ;-) Cuando finalmente llegué, agotado y sediento, la montaña me regaló un hermoso atardecer y las estrellas me acompañaron de vuelta hasta coger... OTRO autobús rumbo a Quito ;-)

Despertarse en una cama de matrimonio (solo ;-) darse una ducha de agua caliente y desayunar como si no hubiese mañana es la mejor forma de empezar el día, pero si además sales por los parques de esta ciudad llena de luz y color, rodeada de montañas (de un verde más verde, no lo olvidéis) sólo puedes pedir que haya wifi gratis en sus plazas y puedas hablar simultáneamente ¡con tu madre y tu abuela en Europa y tu hermana en África! Increíble pero cierto, amigos ;-))

La ciudad vieja de Quito tiene un encanto especial, plazas preciosas con palmeras y palomas por doquier, calles limpias y casas de colores alegres con un cierto aire colonial. Y a parte de conventos e iglesias tiene infinidad de leyendas. Como la del indígena encargado de la construcción del convento de San Francisco que, al no poder terminarlo en el plazo indicado, vende su alma al diablo y unos cuantos demonios se ponen manos a la obra esa noche para terminar el trabajo. A última hora, el indígena esconde una piedra que le permite invalidar el trato y salvar su alma ;-).

Pero la verdadera catedral de Quito no está en el casco antiguo, sino mucho más al norte y se llama Capilla del Hombre. Fue la gran obra del querido y genial artista indígena Oswaldo Guayasamin, justamente apodado "el pintor de Iberoamérica".


Para él pintar era una oración y a la vez un grito para que algún día haya paz y todos los hombres vayamos juntos de la mano.

Y al entrar a su capilla y ver la oscura bóveda representando, cual Guernika, a los trabajadores de las minas del Potosí alzando sus brazos hacia la luz; o la serie de rostros de América sufrientes, dignos, tiernos y al final el de una niña, llena de alegría y esperanza... uno comparte su oración y su grito.


Y al salir uno no querría separarse del árbol bajo el que reposa este gran hombre y desde el que se ve su capilla con el atrdecer de Quito recostada entre montañas y arropada por la niebla. Un atardecer dorado y duradero que tampoco parece querer alejarse de este lugar hasta que al final, con un breve destello rojizo, da paso a las estrellas...

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