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Friday, 4 August 2017

Assassins' love

¡Hola de nuevo!

Para quitarme la pena por la partida de mi hermana, me cogí un taxi para mí solito y me fui a ver el famoso castillo de los Assassins. No escribo más que tenemos un invitado especial para contárnoslo: ¡Eugenio!


Poco más se puede decir ;-)

La verdad es que fue una paliza llegar hasta allí desde Teherán -en vez de desde Qazvín- y pegarse la pateada bajo el sol para ver lo poco que queda del mítico castillo. Además, casi asesino yo al conductor cuando se paró en medio de la nada y me preguntó. ¿Dónde vamos? ¿Qué quiere decir castillo? En fin, mientras se iba reuniendo gente a nuestro alrededor e iban dando vueltas a mi libro como si tuviese una postura mágica en que se transcribiese en farsi, yo intenté relajarme, mirar al infinito y… ¡bingo! Casi en frente de nosotros había una indicación que, debajo de lo escrito en farsi ponía claramente “Alamut castle”. Ah, el castillo –dijeron- eso es otra cosa. Y en casi una horita más de vueltas y revueltas por aquellas maravillosas montañas -que parecían haberse apelotonado también sobre nosotros para ver donde queríamos ir-, finalmente llegamos a la base del cerro del castillo que habéis visto en el vídeo.


Menos aún quedaba del otro castillo al que me empeñé en ir: el castillo de Lambesar. Me quedé dormido en el taxi, y cuando me desperté estábamos de nuevo parados en medio de la carretera y el taxista no paraba de señalarme las montañas gritando –todo el mundo sabe que así se entiende todo mejor-: “¡Castillo, castillo!” Yo me froté literalmente los ojos porque no daba crédito. Tras el borde de la carretera había una pequeña hondonada y luego una montaña. Nada más. Hasta que el conductor me hizo gestos como de escaleras. Efectivamente había unos sutiles escalones de piedra en aquella montaña que subían hasta desaparecer. “¡Castillo, castillo!” insistía, así que salté de la carretera al socavón para encaramarme a los escalones y subirlos rodeando la montaña hasta llegar a la cima de la montaña, por su otro lado.

La sensación era muy agradable, solo, acariciado por el viento y rodeado por elocuentes montañas que no necesitaban gritar para que nos entendiéramos pero… de castillo, ¡nada! Volví a mirar con más cuidado y conseguí distinguir, sobre la piedra rojiza de una montaña cercana unas escaleras rojas que volvían a desaparecer. Las seguí. Encontré a gente trabajando en una especie de canalizaciones de agua y, al llegar casi a la cima vi unas piedras apelotonadas. Rodeándolas llegué a una zona en que se distinguía claramente una torre… y nada más. Eso era todo. Pero tenía su encanto, te sentías como Indiana Jones descubriendo los restos de una antigua civilización. Acabé de rodear las ruinas y llegué a la cima de la montaña.

Aquello sí que fue impresionante. El viento soplaba con fuerza y tenía una panorámica de 360 grados en medio de las montañas Alborz que separaban Teherán al sur del Mar Caspio al norte, que ahora ya era un poco más familiar para mí. De las montañas del norte, verdes y majestuosas, parecía venir el poderoso viento que me empujaba a mirar hacia abajo, hacia el sur. Parecía tener ante mí un rebaño de jóvenes montañas con la piel cubierta de una fina lana dorada y en el centro unos inmensos arrozales verdes que parecían despertar con el viento y ponerse a bailar alegremente. Era una visión hipnótica, pero el viento era muy fuerte y estaba atardeciendo, así que tenía que bajar ya.

Volver a Teherán. A ese sur que había visto desde arriba. ¡Castillo! Me gritó triunfal el conductor desde la carretera, como si fuéramos dos exploradores que hubiéramos hecho un descubrimiento importante. ¡Ziva, ziva, precioso! Grité yo contagiado de su entusiasmo. Y con la música a tope y las ventanas abiertas al sol del atardecer volvimos a Teherán.

Pero esta entrada se llama Assassins´ love porque lo fascinante de estos castillos es su leyenda. La de que los más fieros guerreros que se recuerdan, lo fueron –creamos a Marco Polo- porque querían volver a tener entre sus brazos lo antes posible y a cualquier precio, a aquellas celestiales criaturas que los habían amado aunque fuera sólo por un instante…

Así que aprovecho para contaros algunas anécdotas de cómo se enamora la gente por aquí, con o sin el permiso del Líder Supremo. Como no hay bares ni fiestas públicas donde ir a bailar y conocer gente –y además la gasolina es barata- una de las estratagemas es lo que llaman “door-door” o “puerta-puerta”. Es decir, coger el coche con los amigos e irse a dar vueltas por las zonas que se consideran “de marcha”. Cuando te encuentras con un grupo del sexo opuesto –del mismo sexo no hemos oído nada de momento- que te guste, paras un poco el coche a su lado, os ponéis hablar y tras decir una de las muchas variantes de “eres muy bonita” o lo que se te ocurra, intercambiáis los teléfonos.

Otro día la llamas y quedáis para dar un paseo al atardecer. En Teherán, por ejemplo en el Puente de la Naturaleza. Es un puente precioso al anochecer iluminado de verde que diseñó una joven iraní de 18 años (las mujeres aquí para encontrar el amor tienen hasta que diseñar el puente ;-)). Se llama puente de la naturaleza porque une dos parques a ambos lados de la autovía que discurre más abajo, ajena al ritmo pausado de los pasos que parecen no querer que se acaben nunca ni el puente ni los parques.

Allí ves a parejas dadas de la mano. Ningún beso, pero los sentimientos parecen concentrarse en aquellas manos que, apenas conocerse se aprietan bien fuerte. Quizás el viento haga caer el velo, ya en un equilibrio inestable, y ambos hagan como que no se dan cuenta durante más tiempo del aconsejado. Quizá se sientan protegidos en este paréntesis entre los parques.

Sin embargo acabado el paseo, entrando a alguno de los luminosos restaurantes de uno de los lados del puente quizá se ajusten mejor el pañuelo y cada mano sin anillo vuelva a su lado de la mesa cuando se acerque el camarero. Puede que les haya parecido ver a algún conocido, o recuerden de repente que la policía puede pararlos y preguntar si están casados o son familia. Y si no lo son pueden acabar en la comisaría, los dos, hasta que vengan sus padres a por ellos y prometan que no va a volver a pasar algo tan bonito en esta –les recuerdan- República Islámica.

Todavía más difícil será conseguir estar por fin a solas, con hachís o sin él, en algún paraíso secreto. Pero lo conseguirán. Porque un país que adora a sus poetas siempre encontrará caminos para el amor. Si es él vive solo, será más fácil. Si no, encontrarán la forma de ir al apartamento de ella sin que los vea el casero y a ser posible nadie del edificio, por no arriesgar. Y solos al fin, serán ellos mismos. Y seguirán vivos. Y ningún régimen conseguirá doblegarlos. Porque ellos escaparán del régimen pero nunca -como canta casi en un grito Rumi-, nunca escaparán del amor.



Y en algún momento, como en 2009, aunque los vuelvan a llamar polvo y mugre volverán a ser un huracán que barrerá todos los miedos, romperá todas las cadenas y despertará a todos los dormidos.

Porque lo que me queda claro es que los iraníes, sobre todo las mujeres, son un pueblo que resiste fiel a sí mismo sea como sea. Son un pueblo que honra a sus poetas en las paredes, que pinta sus versos en los muros y que diseña puentes color verde esperanza para que sobreviva el amor.

 Ni siquiera las hordas de los mongoles acabaron del todo con la esperanza de amor de los Assassins. Así que, amigo Khamenei, pon tus barbas a remojar;-)

Wednesday, 2 August 2017

Fin de semana familiar por las playas del mar Caspio

Una señora que trabaja en el mismo edificio que mi hermana está casada con un iraní y el hermano del esposo vive en Irán y tiene una casita a orillas del mar Caspio.

Probablemente con el ajetreo individualista londinense nadie más en el edificio lo sepa, pero mi hermana sí. Y no sólo lo sabe, sino que le escribe un simple mensaje a este señor y empezamos una nueva odisea ;-)

Así que desde Ardabil nos fuimos en autobús rumbo a Langeroud. Un poco jaleo porque en principio no llegaba a Langeroud, pero luego sí que llego. Eso sí, con muchas horas de retraso. Lo fascinante es que cuando se abrió la puerta del autobús a la una de la mañana en medio de la carretera de un sitio al que se suponía que no llegaba... ¡allí estaba Mehraban esperándonos! A día de hoy seguimos sin entenderlo ;-)

No me resisto a poneros esta foto:


Ha sido un clásico de este viaje. Mi hermana despliega su encanto nada más entrar en un transporte público. Radiante incluso con el velo, se pone a sonreir y a chapurrear en farsi unos minutos con todo el mundo... hasta que se duerme. Y entonces me deja a mi -que intento leer-, con un galimatías de gente amabilísima haciéndome preguntas, ofreciendo fruta, déjame el libro, galletitas, ¿qué habéis visitado?, más agua, ¿tenéis casa para dormir?, venid a la nuestra, más fruta, Irán-ziva-ziva-ziva-preciosísimo oye, gracias, gracias señora pero es que no la entiendo; luego ya si eso cuando se levante mi hermana pues ya le cuenta, gracias, gracias, tashacor, khodafes...

Para que os hagáis una idea ;-)

El caso es que nos llevan en coche a su casita a orillas del mar Caspio y en vez de tirarnos a una alfombra e irse por fin a dormir, empieza el jolgorio, las anécdotas, la historia de cada uno, videoconferencia con la cuñada en Londres... como si no fuéramos unos desconocidos complicándoles la vida sino los hijos pródigos que hubieran vuelto a casa.


Lo peor es que a la mañana siguiente cuando me levanté me di cuenta que a nosotros nos habían dejado su habitación y Mehrabán y su mujer estaban durmiendo los dos en las alfombras del salón. Nos dió vergüenza hasta a nosotros, que ya nos queda poca ;-) 
Por supuesto nos sacaron toda la despensa para el desayuno: huevos, distintos quesos, distintos panes, galletas, sesamo... y sobre todo una miel deliciosa. Bueno, eso y un café hecho con cafetera italiana porque una de las primas -que era profe de inglés y nuestra traductora infatigable- había vivido en Italia. 

Como les dijimos que queríamos verlo, salimos rumbo a Masouleh, un pueblecito en las montañas, pero antes paramos en un museo de casas tradicionales de Gilán (la región en la que estábamos) que también fue una delicia. Había mujeres preparando pan tradicional de arroz y mi hermana hasta aprendió a tejer con un telar "casero". Que no nos faltase de ná ;-)


Volvimos a salir rumbo a Masouleh, pero como se nos había hecho tarde paramos primero a comer. Nada, una cosa sencilla: caviar, pescado al grill, estofado y en kebab (les habíamos dicho que no habíamos comido mucho pescado en Irán), purés de berenjenas, olivas con una salsa especial, etc. Aquí os prometo que intenté pagar. Me levanté, hablé con el camarero -que no me entendía-, insistí al patriarca... nada, no si molestó en contestarme. Sólo alzó un poco la mano y echó ligeramente la cabeza para atrás (el gesto para decir que no por estos lares). Ni lo intentes, parecía decir. En otra ocasión que lo volví a intentar, el marido de la prima me miró todo serio y me preguntó "¿Pero por qué quieres pagar?". Pues nada, imposible, ¡Esperemos que consigan el visado para venir a España! 


Ya con la panza llena, de nuevo a la carretera que por cierto era una pasada con sus filas de montañas casi ondeando vaporosas en el horizonte...


Con todas estas experiencias el pueblo en sí, muy turístico, aunque tenía su encanto casi fue lo de menos ;-)


Y a la vuelta a casa... barbacoa y bailes en el jardín. Que no pare la fiesta. Resulta que encima Merhaban fue DJ en Manchester cuando su familia salió de Irán durante la revolución del 78. Ole, ole y ole. Luego volvió a estudiar a Irán y ya se quedó. Le tocó vivir los bombardeos en Tehrán durante la guerra Irán-Irak del 80 al 88. Comenzada por Sadam, instigada por los Estados Unidos entre bambalinas y alargada hasta el absurdo por Khomeini que aprovechó para hacer una purga en casa. Una guerra en la que ninguno de los dos países ganó nada y murió mucha gente. "Ocho años perdidos" decía Mehraban. Según una autora iraní fue parte de la doctrina de la "doble contención" de Estados Unidos; provocar a estas dos grandes potencias petroleras para que se ataquen entre ellas y así ninguna de las dos fuera realmente fuerte. "Loco Sadam y loco Khmoeini". Una locura, en resumen. 

En Hamadán ya nos habíamos encontrado con gente que se definían como "los niños de la guerra". Alguien nos contaba por ejemplo que ya no podía comer pescado porque lo tenía ya asociado a los bombardeos. Aunque recordaban también casi con alegría cuando tenían que huir de Teherán al norte, porque así no tenían clase y los niños lo vivían casi como unas vacaciones. Los que sobrevivieron, claro.

Pero volvamos a la playa a orillas del Caspio, con la barbaoa y la juerga. Como yo quería darme un baño nocturno, fuimos a la playa. Pero no contábamos con que mi hermana tenía que bañarse completamente vestida o en una zona rodeada por un plástico azul que era exclusiva para mujeres. En el colmo del absurdo acabamos bañándonos solamente mi hermana y yo, ella completamente vestida y... en la zona de mujeres! En fin, para que nos "empapáramos" bien de las dificultades de ser muer por aquí.


El día siguiente ya era el día de vuelta a Teherán con ellos. O sea, el último día para mi hermana. Así que como estábamos un poco tristes la madre sacó un libro de Hafez, uno de los dos poetas adorados en Irán y nos dijo que hiciéramos una pregunta mentalmente. Ella abriría una página al azar y esa poesía nos daría la respuesta a nuestra pregunta secreta. Yo había leído en la guía que hacían eso pero no me lo podía creer. Me parece genial que haya un país donde mucha gente tenga en las paredes un cuadro de un poeta en vez de un crucifijo o una foto de la peregrinación a la Meca. Y no tiene por qué ser en casa de artistas o escritores (Merhabán es ingeniero y su mujer es médico), según nos cuentas es bastante común.

Este amor por la poesía me parece la clave de la elegancia, la ternura y la sensibilidad tan especial de los iraníes.

Y como vio que me fascinaba, Tina la hija mayor me regaló un cuadro suyo en que había pintado un poema sobre el amor de Rumi, el otro de los grandes poetas persas. Claro que los turcos dicen que es turco porque nació en Turquía (yo he leído que nació en lo que hoy día es Afganistán). Un detalle menor para los iraníes porque en aquella época era imperio persa y escribió en farsi. Sea como fuere el detalle de regalármelo es conmovedor y el poema también. Termina diciendo "no escaparé al amor". Amén.

Para contrarrestar un poco tan sublimes palabras y el caloret que hacía, sin previo aviso la madre se lió a manguerazos con los que estábamos desprevenidos y acabamos así:


¡Son geniales!

Y no me enrollo más con la llegada a Teherán, la cena, el viaje al aeropuerto a las dos de la mañana, la cancelación del vuelo de mi hermana, los nuevos vuelos, dejarla en el hotel, volverme con Merhabán a casa casi a las cinco de la mañana y levantarme a las ocho para prepararme porque tenía organizado un taxi par ver los castillos de los Assassins...

Eso son gajes del oficio y parte de este maravilloso viaje que pronto pasará de viaje de hermanos a viaje de amigos (bienvenido Diego!!)

Pero antes, en la próxima entrada, me acompañaréis en una visita relámpago pero imprescindible. ¡No os la perdáis!

¡¡¡¡Un abrazo a todos y gracias por los comentarios!!!