Después de los pueblecitos de la montaña amarilla, nos vamos a otra montaña, Wuyishan, en otra de las provincias con mejor gastronomía de China, Fujian. Eso que no falte 🤤
La ruta parecía más sencilla que la anterior, así que nos animamos a visitar la reconstrucción de la escuela de Wang Yangming, fundador del Neoconfucianismo, una de las raíces culturales/religiosas de China junto con el budismo y el taoismo. Fijaros qué atento estoy en el pupitre 😇
La ruta empieza a coger pendiente, a pasar del verde de la vegetación al negro de la roca tostada por el sol y cuando llegamos más o menos a la mitad, leemos en un cartel que a mitad de la vida es buen momento para echar la vista atrás, ver lo que hemos conseguido y dar las gracias a los que nos hayan ayudado a lograrlo. Cualquier excusa es buena para descansar, así que ¡gracias familia y amigos! 😚
Al llegar al pico Tianyou, chorreando de sudor, las vistas compensan el esfuerzo. Pero, por si fuera poco, hay un árbol donde colgar tus deseos y que se cumplan. Yo me colgué directamente para que no hubiera duda 🤭
En la cima, nos tomamos un té helado que nos decepcionó un poco porque venía con cubitos de gelatina de té 😅 pero se nos pasó enseguida cuando vimos el templo en la cima en honor de un monje Peng Zu que, según la traducción de Google Lens (🤭) vivió 848 años y con la ayuda de sus hijos (Peng Wu y Peng Yi, de ahí el nombre de lasmontañas Wu-Yi), desviaron el río para evitar inundaciones creando las nueve curvas que luego intentaremos navegar y tallando 848 escalones en honor a su padre.
Todavía imaginando a los hijos del monje cambiando la ortografía de la montaña con sus propios brazos, empezamos el descenso y, al poco, nos encontramos a un pintor haciendo también algo fascinante con sus manos...
Y parecía que ya no nos quedaban sorpresas en el descenso hasta que nos desviamos para ver una cueva donde había un templo taoísta. Después de varias subidas y bajadas, al girar un recodo y quitarnos el sudor de la cara para creérnoslo, nos encontramos con esta belleza:
La guinda del pastel, después de comer, ya la teníamos reservada: una través en barca de bambú por los meandros del río que habíamos visto desde las alturas y que con tanto esfuerzo encauzaron el monje centenario y sus hijos.
Lo que no sabíamos era que iba a empezar a llover justo antes y que no podíamos cambiar los tickets. ¿Os atrevéis a montaros con nosotros de todas formas? Nos han dicho que el capitán tiene mucha experiencia...
Fue genial poder ver por fin, el pico de Yunu que llevábamos ya dibujado en nuestras mochilas. Además se cuenta que en ese pico descendió de los cielos una de las siete "doncellas inmortales" de las que hablan las historias tradicionales.
Y como después de estas experiencias nos quedaba un poco de energía, fuimos a ver un espectáculo sobre el té Da Hong Pao de Wuyishan (algunos la llaman la capital china del té, nafa menos) que resultó ser como Puy du Fu, con todas la grada de espectadores girando para ver un escenario circular al aire libre... ¡Incluyendo la propia montaña! Im-presionante.
Al día siguiente ya teníamos que ir en tren a Fuzhou, pero por la mañana nos dió tiempo a ir a ver los restos arqueológicos de un pueblo de la dinastía Han (del 200 antes al 200 después de Cristo, aproximadamente). El pueblo se llama Choncun y pudimos ver los restos del palacio del rey de Minyue (vasallo de los Han). A ver qué os parece el que puede ser el pozo conservado más antiguo de China...
Otro día me meto con las dinastías, pero sólo os digo que los Han fueron la primera gran dinastía, después de la primera unificación de China por los Qin.
Y tras este viaje a las alturas de las montañas y las profundidades del tiempo, os/nos dejamos descansar hasta la próxima entrada 😊
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