Pero os podemos enseñar una bonita panorámica desde la fortaleza y, mientras yo me recupero de la subida, Diego os cuenta nuestras primeras impresiones.
Efectivamente esta bella estampa (aunque quizás un poco pija o artficial tras la reconstrucción) esconde las tragedias de las guerras, sobre todo la guerra de Kosovo de 1999. Una familia cántabra que conocimos en Skopie y nos reencontramos aquí nos cuentan que, mientras el hijo se recortaba la barba en una barbería, una mujer diplomática le contaba a la madre al borde de las lágrimas que en la guerra mataron a su padre y a su hermano.
En las faldas de la montaña que subimos para ir a la fortaleza parece que hubo un barrio serbio cuyas casas quedaron en ruinas. Pero quizás el testigo mudo que más nos impresionó fue la iglesia serbia (patrimonio de la humanidad) rodeada de alambre de espino y con vigilancia policial para que no sea vandalizada...
Remontándonos a tiempos del imperio otomano, pudimos entrar en el restaurado edificio de la Liga de Prizren (uno de los orígenes del nacionalismo albanés). Aquí os explico lo que entendí de la exposición:
Como no todo van a ser conflictos nos fuimos a cenar. Curiosamente pudimos probar un delicioso plato tradicional ilirio cuya preparación es, además, un espectáculo parala vista. Fijaos en los típicos gorros albaneses para completar la estampa.
Y no podían faltar unos postrecitos y un té pegaditos a la -bellamente iluminada- mezquita de Sinan Pasha, con los niños tirándose con un patín por la rampa que teníamos delante, mientras los padres de las criaturas seguirían con su despreocupada charla en algún lugar entre la multitud de sillas, mesitas, música y amables palabras, resguardados de los tumultuosos vientos de la historia...
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